martes, 20 de enero de 2009

Beatriz en pantuflas:La moneda indecente.

Hoy lunes, o tal vez martes, no sé y poco me importa en estos días, afortunadamente alejada desde hace meses de las urgencias de mi estudio contable, de medir o por mejor decir dividir el tiempo según el calendario impositivo, al abrir mi correo me encontré con un grito desesperado, un alarido oscuro titulado Manifiesto del escritor Web enviado por una tal Pablo Paniagua, que harto de mendigar ser publicado tomó como quien dice el toro por los cuernos y creó su propio blog (como tantos otros) y dice entre otras cosas: “No tengo tiempo para entrar en ese proceso “kafkiano” de buscar un editor para mi obra, más cuando casi todo lo que se publica es un tipo de literatura consumible, destinada a un lector poco exigente y alienado dentro de un sistema que sólo busca un beneficio económico.” Dicho de otra forma se ha resignado o, tal vez espera (como tantos otros) “ser descubierto” en esa telaraña de escritos luminosos que titilan esperando que el azar los empuje (baje) al tan apreciado y poco accesible papel. Papel que algunos han optado por comprar y convertir en libros sobre los que se acumula el polvo mientras uno a uno son regalados, primero a los amigos y luego a quien tenga a bien tender la mano para llevárselo ¡gracias a Dios!
Paniagua agrega: “… el problema de fondo, a fin de cuentas, es que la literatura se está alejando del arte para acercarse cada vez más a un producto consumista, en una apreciación general hacia la baja que la desvirtúa y la despoja de sus valores históricos, para ser mostrada desde una nueva perspectiva que se transforma en ejemplo para las futuras generaciones.”, en fin, el lamento se eleva desde la red pero no es nuevo. Extraña mercadería ésta si la hay, la de la palabra escrita, escrita para divertir, informar, acompañar o abrir un debate, mercadería que por cierto no está al alcance de todos el poder ofrecer, mucho menos transformada en literatura, entendiendo a la literatura como arte. Pero ¿qué hay de la literatura como oficio?, escribir como oficio para ganarse la vida. El caso es que el tal Paniagua me recordó haber leído en La raza de los nerviosos de Vlady Kociancich una anécdota que prueba que el asunto este del dinero y la literatura es casi tan viejo como el mundo. Roma, año 64 d.C. Marco Valerio Marcial: Siempre que te encuentras conmigo Luperco, me dices “Te envío ya un esclavo para que le entregues tu libro de epigramas, que te devolveré cuando lo haya leído “. No hay por qué molestar a tu esclavo, Luperco. Mi casa está lejos, vivo en un tercer piso los escalones son altos. Puedes encontrar más cerca lo que buscas. Frente al Foro de César hay una librería. Búscame allí. Y no es necesario que lo pidas al dueño pues conoce mi fama. Te dará del primero o segundo estante un Marcial pulido con piedra pómez y adornado con púrpura, por cinco denarios. ¿”No vale tanto”, dices? Tienes razón, Luperco.
Escritores, ¡ah! los escritores, está tan arraigada la convicción de que escribir no es un trabajo, que provoca sorpresa y hasta desconfianza la sola idea de pensar que se pretenda cobrar por él, ¡cómo se atreven a suponer que podrán ganarse la vida de esa manera! El pan se paga con el sudor de la frente, es fruto del trabajo honrado, es decir cualquier otra actividad que no sea la de escribir. Está bien, muy, muy bien, que las editoriales y librerías ganen dinero ejerciendo el honrado comercio de libros en tanto se reserva para el escritor la gloria y la eterna deuda contraída por el favor que se le hace al publicar su trabajo (perdón dije trabajo, no lo hago más) ¡cómo se atreven siquiera a pensar en un anticipo que contemple los tres años dedicados a una novela, un anticipo que equivalga al sueldo que cualquier hijo de vecino cobraría por esos tres años de ejercicio profesional, u honrado y fiel servicio público ¡Inmorales! ¡Abusivos! ¿Se ríe? Qué bien, me gusta hacer reír.
Todo esto me recuerda que desde que no liquido impuestos, sueldos, aportes sociales y demás yerbas, hasta mis hijos (que tienen 14 y 10 años) me preguntan cuándo voy a volver a trabajar, mi hermana me mira con cara de lástima y lleva a los pobrecitos (es decir mis hijos) a tomar helados; mi hermano Gerardo me ha comprado un par de zapatos por mi cumpleaños, cosa que no había hecho nunca en estos cuarenta y tantos años que tengo.
Y cuando digo que la nena está en el cine me dicen “tenés que hacerle vivir su realidad” parece que la realidad sería que un honorario por una certificación de ingresos es un pago digno por un servicio profesional (perdón, PROFESIONAL) en tanto un pago recibido por un artículo, el episodio de una novela colectiva o la corrección de un texto, es una limosna y por lo tanto no debe desperdiciarse (en una entrada al cine, se entiende) y además no debe confiarse en que se repita (a propósito, cuando le pregunté, la nena me dijo que en la ventanilla de la boletería no notaron la diferencia cuando pagó la entrada).
Ahora le transcribo un párrafo de la Kociancich porque me arde el estómago ¿qué raro no? “En general y en cuestiones de dinero, las biografías de escritores prueban que son gente de carácter humilde pese a la extravagancia y los caprichos de los que se los suele acusar. Más importante que el puño con incrustaciones de piedras preciosas del bastón que necesitaba y compraba un Balzac endeudado hasta el cuello y al filo de la cárcel, era su aceptación de cualquier trato indigno con tal de ver concluida y editada La comedia Humana. El horror del silencio de un libro, como el de la página en blanco, siempre ha sido más fuerte que el miedo a la pobreza, que los autores combaten ejerciendo oficios para los que carecen de talento pero que nadie se resiste a pagar.”

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