En el marco del IX Encuentro Nacional de estudiantes de letras (Santa Fe ENEL 2013)
Vine a hablarles de Saer, pero no
quiero que, simplemente, me escuchen; quiero que interrumpan, que “me” y “se” desafíen, como
lectores que son, que también soy. Así que los invito y les ruego que lo hagan,
ya sea que lo conozcan por haberlo leído, tan solo de oídas o no tengan la
menor idea de quién fue. Hablen porque de eso se trata, de hablar y de pensar,
de imaginar y de intuir a un autor que merece ser navegado porque a Saer hay
que nadarlo, bucearlo; hay que sumergirse en las aguas-Saer, aflorar de ellas y
hacer la plancha, dejarse llevar por su corriente mansa para poder quedarse a
disfrutar de su forma de narrar: lamerla, respirarla.
Para darles el tiempo necesario para
aflojarse y animarse, voy a repasar algunos datos necesarios.
Juan José Saer, argentino y santafesino.
Como no quiero defraudar a los amantes de los números y las listas: un rango de
tiempo, el que marcó su existencia física: 1937-2005. Su obra abarca cinco libros
de cuentos, doce novelas, su poesía, recogida en El arte de narrar y tres
libros de ensayos, uno de ellos El río
sin orillas, con gran repercusión en la crítica. Una lista incompleta y al
azar: Responso, Palo y Hueso, Lugar, La pesquisa,
Las Nubes, El Limonero Real, La Vuelta completa, Nadie Nada Nunca, La ocasión
-acá abro un paréntesis, porque en
general los amantes de los esas cosas que se pueden guardar en los cajones
gustan de saber de premios y fechas y esta novela obtuvo el premio Nadal en
1986-, El entenado, Cicatrices, Unidad de
lugar, Lugar, pos Morten La grande; podría seguir, pero todo está escrito,
ordenado y fechado, en la solapa de cualquiera de sus libros y en Wikipedia.
Cuando, en los días posteriores a la
invitación que me hizo Javier, andaba rumiando ideas sobre cómo abordar esta
charla, una amiga me sugirió que les diera un pantallazo informándolos sobre la
temática que Saer desarrollaba en sus novelas, para que ustedes, ingenuamente,
llevados por la curiosidad del tema se acercaran al autor. Digo ingenuamente
porque, sí, yo podría decir cosas como: El
entenado es una novela histórica porque está basada en una historia real
entendiendo por real lo que ha ocurrido, en el caso de El entenado, la historia de un grumete de la expedición de Solís
que sobrevivió y fue retenido por los aborígenes durante diez años hasta que
una nueva expedición lo rescató; ciertamente no estaría mintiéndoles, pero,
¿estaría hablándoles de el tema de Saer en esa novela?, no estoy segura. Si
tomando otra, por ejemplo La Pesquisa,
les dijera, nuevamente sin faltar a la verdad, que es una novela policial
porque de hecho un asesino serial mata viejecitas parisinas y finalmente
después de una ardua investigación …no voy a develar la identidad del asesino
pero les adelanto que no es portero. Nuevamente ¿estaría hablando de Saer, de la temática de
su obra? Una vez más podría seguir y decir por ejemplo que Las Nubes es una novela de aventuras ambientada a principios del
1800 donde un puñado de locos, un par de
psiquiatras -entonces llamados médicos del alma-, y otro de vaqueanos,
emprenden un viaje hacia Buenos Aires enfrentándose a indios, una de nuestras
tormentas salvajes de la llanura y también al fuego; pero, con honestidad, la
pregunta vuelve como quien dice se me se instala porque como lectora de Saer,
si bien he disfrutado de la historia que
narra cada novela suya, no he podido evitar notar que detrás o debajo lo que
sostiene la historia es el hombre, el hombre como humanidad, el hombre como ser
incompleto y también, imposible de completar o de completarse. El hombre como
partícula inacabada. Para darles un ejemplo concreto voy a hablar de un cuento
de su último libro de cuentos, Lugar
(2000): Ligustros en flor. No voy
a hablar o, lo voy a dejar a hablar a Saer a través de su personaje “Observé mis pies esa noche y me parecieron
más misteriosos que el mundo entero […]” el que habla es un astronauta
retirado y esa noche rememorará un viaje a la luna y lo que pensó en aquel
momento mientras extraían muestras del suelo lunar “[…]Para qué ir tan lejos a develar misterios, si lo más cercano -yo
mismo, por ejemplo- es igualmente enigmático. La yema de los dedos y la luna
son igualmente misteriosos pero los cinco sentidos son más inexplicables que
toda la totalidad de la materia ígnea, pétrea o gaseosa, de modo que excavar la
luna, sondear el sol o visitar Saturno, como han dado en llamar caprichosamente
a esos objetos sin nombre apropiado y sin razón de ser, no resolverá nada”
El personaje de Ligustros en flor
sigue caminando y pensando que desde el espacio todo parecía un enigma
indescifrable pero en esa noche piensa y cito “La vejez y lo que le sigue me ha dado cita para uno de estos días en alguna de sus
esquinas desiertas”, y refiriéndose a la luna, “[…] desde acá sigue siendo un enigma, pero un enigma familiar como el de
mis pies, de los que no podría asegurar si existen o no, como el enigma del que
haya plantas…” De la misma forma que
en este cuento, en cada cuento en cada novela y en sus poemas Saer va a colocar
a cada uno de sus personajes –recurrentes, por cierto- ante “el vivir” ante esa
pregunta sin respuesta, los va a colocar a través de historias, sí, historias
planeadas argumentos que nos atraparán en mayor o menor medida según nuestros
gustos personales.
Saer buscaba, y comprendió que todos
buscamos, de diferente manera, con mayor o menor conciencia de que lo hacemos,
pero buscamos. ¿Qué?, el amor, la felicidad –eso tan heterogéneo-, la
satisfacción personal, la muerte; y eso hizo hacer a sus personajes, repito, recurrentes, y también a los otros,
a los de Lugar por ejemplo,
personajes dispersos por el mundo,
alejados geográficamente, solo geográficamente, de La Zona, la Zona Saer,
esta zona que ustedes están pisando, la zona donde vivieron sus personajes inolvidables,
los que todos conocemos, tan vívidos que, los santafesinos que andamos las
calles que ellos anduvieron pensamos que en cualquier momento nos vamos a
cruzar con alguno de ellos y de hecho lo hacemos, porque es bien sabido que
varios de estos personajes fueron construidos partir de sus amigos, algunos de
los cuales están vivos y son conocidos por todos nosotros los santafesinos
seguidores de Saer.
Desde las prostitutas y los asesinos
de En la Zona, su primer libro de cuentos,
hasta los personajes de Lugar, Saer
se sostiene en una relación lógica entre su visión de la literatura y su decir
como escritor -y para ejemplificarlo me remito a un cuento de aquella época,
Solas, el cuento que le costó a Saer su trabajo en el diario, y cito “Lila dijo que estaba cansada, con ese tono
entretenido con que suelen decirlo las mujeres mientras se distraen buscando
algo que hacer, y después fue y se entretuvo mirándose en el espejo, de un
costado primero, luego del otro, arrimando el rostro a la pulida y
resplandeciente superficie, más tarde, levantándose el pelo sobre la nuca y
dejándolo caer enseguida, irguiendo por sobre el vestido con las palmas de las
manos sus abultados flácidos senos y mirando de perfil la silueta prominente y
dócil; la otra fumaba sobre la cama, con un vestido claro, suelto, el antebrazo
bajo la nuca en una posición varonil y los glaucos húmedos ojos fijos en la
agrisada blancura del cielorraso”.
Se va a recostar nuevamente sobre la
cama y cito
“La otra estaba seria y de pronto, tímidamente como si su mano fuera un
pájaro, volando sin preocupaciones ni apuro, fue a posarse sobre las tristes
mórbidas colinas. Lila se estremeció como
si debajo de su piel se hubieran desplazado infinitas, diminutas blandas
esferitas blancuzcas.
—La carne —dijo, pensando no en el deseo, sino en la soledad y en la
culpa y más en el fondo “No es eso” —. No —dijo —. No es esto”.
Como pueden ven Saer a través de su
personaje afirma y en la afirmación hay una pregunta sin respuesta.
Lila se asusta, rechaza a su
compañera; la otra intenta calmarla, la convence de que no ha pasado nada.
[…] Volvió a recostarse y continuó recuperando (en lo posible) su viejo,
su polvoriento tiempo dilapidado, lleno de personas y voces, y lugares,
consustanciado ya con el otro, con el irreversible, el impalpable, el
silencioso y oscuro, el Tiempo”.
Retomando, decía, que para
ejemplificar que desde los primeros cuentos tomando Solas como ejemplo y solo como ejemplo, es que podría ser
cualquiera, pasando por lo que podríamos llamar el núcleo de su obra, sus
novelas hasta la última, incompleta y me pregunto ¿incompleta?, y sus últimos
cuentos entre ellos Ligustros en flor,
la congruencia, la solidez con que Saer planteó su obra tanto en lo que
podríamos llamar su temática primordial -el hombre, la mujer, esos misterios,
esas preguntas con múltiples respuestas-, como en esa pregunta cuya respuesta
buscó ¿qué es la literatura, cómo se llega a la literatura, cómo se hace
literatura?, su percepción y búsqueda de la novela de su tiempo, de la forma de
la novela o mejor dicho de la forma de la narrativa, de una narrativa, si quieren
una narrativa Saer, les decía, que ya desde los primeros cuentos escritos
cuando no contaba con muchos más años que ustedes ahora, él muestra y plantea una
convicción sólida y una perseverancia que se sobrepuso a cuanto reto tuvo
enfrente. Reto planteado por la búsqueda misma.
Cita a Saer. Diálogo. Centro de
Publicaiones UNL, 1995; pagina 67.
Por qué les digo esto, porque Saer,
ante todo fue un explorador, un aventurero. Habiendo creado un universo, un
lugar, un conjunto de personajes, no se limitaría a contarnos, por decirlo
rápido, sus aventuras y desventuras, sino que los insertaría una y otra vez en su
búsqueda personal, la búsqueda de la forma de la novela. La construcción de un
estilo.
El sentido del relato no es más que el relato de lo que se está
constituyendo. Juan
José Saer. Diálogo; página 63.
Y cito a Marlyn Contardi en su
post-prólogo a Unidad de lugar de 1967
“Llama la atención que en el estilo de Juan José Saer, los rasgos por los
cuales lo reconocemos …, ya se encuentran en sus primeros libros… . Entre esos
rasgos se pueden señalar: una mirada entre curiosa, ávida, escéptica,
penetrante y comprensiva, la exploración y el dominio del lenguaje, la
gravedad, el humor, la ironía, la melancolía, pero, al hacerlo, solo
señalaríamos los hilos como quien dice de la trama y no la trama misma, que no
es la suma de los hilos, sino que va surgiendo de su entrecruzamiento, de la
alternancia, de la dosificación de los colores y las texturas y de todo lo que
ha quedado sin nombrar y que conforma el cuerpo vivo de la escritura.
Pasando en limpio hasta ahora:
-Personajes que vuelven una y otra
vez bajo una concepción fragmentada es decir bajo una concepción que surge de
la observación de la realidad. Nos conocemos por momentos por lugares por
períodos así se conocen los personajes de Saer y así los conoceremos nosotros.
Cito a Tununa Mercado hablando de
los personajes de La vuelta completa (-1939,
escritora argentina en su post-prólogo
a La vuelta completa aparecido en
Zona de prólogos en 2011).
“…un grupo de personajes masculinos con diversos grados de complicidades
y amistad, parece descansar en una nada que por serlo, resulta relevante: se trata
de un “estar” juntos que ha perdido la noción de un hacer que pudo haber sido político
en el pasado pero que no suscita otra acción que ir de un lado a otro buscando
el otro especular y cómplice”
-Una zona, una zona geográfica no
limitada a su geografía, una zona que puede ser cualquier zona pero es ésta,
Santa Fe y alrededores y también Rincón. Una zona que Saer no eligió al azar ni
por nostalgia. Saer se fue de la argentina a los treinta un años para volver
por primera vez quince años después, de visita, y luego regresar a Francia
donde murió. Es decir que la mayor parte de su obra fue escrita en Francia y
sin embrago transcurre en argentina, en La
Zona.
Para hablarles de la zona, voy a
tomar algunas citas de El río sin orillas.
Saer regresaba a la argentina después de quince años, el piloto, invita a
los pasajeros a mirar por la ventanilla la confluencia entre el río Paraná y el
río Uruguay para formar el Río de la Plata y cito “Era mi lugar: en él, muerte y delicia me eran inevitablemente propias.
[…] el placer melancólico, no exento de euforia
ni de cólera ni de amargura, que me daba su contemplación, era un estado
específico, una correspondencia entre lo interno y lo exterior, que ningún otro
lugar del mundo podía darme. […] Signo, modo o cicatriz, lo arrastro y lo
arrastraré conmigo dondequiera que vaya”.
Más claro y simple imposible, sobra
cualquier cosa que yo pueda agregar, excepto, tal vez, que al presentar su
último libro, Saer, que en él se aparta en varios cuentos de sus personajes habituales
y también de la zona, parece haber internalizado estos conceptos vertidos y de
forma metafórica lo revela extendiendo la zona a cualquier lugar del mundo.
“la idea de que todos los acontecimientos suceden en un espacio, me
parece que es una buena estrategia narrativa para ordenar una obra que tiende a seer una obra no concluida” R.
Piglia. Diálogo.
La búsqueda de una forma de narrar y de la novela
He titulado esta charla Juan José
Saer, el grito extraordinario y lo primero que vino a mi mente después de
escribirlo, es pensar que en este lugar, aquellos que lo haya leído,
probablemente pensarán que no es con gritos sino con silencios que habla Saer
en su narrativa. Silencios necesarios para la contemplación y la conocida
detención, paralización del instante, sujetado y fragmentado
para ser narrado y los otros silencios, los silencios interlineales,
esos silencios ocultos que sostienen su obra como cimientos que soportan el
edificio Saer, un edificio construido durante más de cuarenta años. Y tendrían razón,
digo que ustedes tendrían razón en protestar contra mi título irreverente o tal
vez malintencionado o tal vez tan solo título, artificio disparador de esto que
espero se convierta en un ida y vuelta.
Y es ese silencio -auque esté
representado y de hecho está representado con un grito en la vida de sus
personajes- ese silencio del que fluyen las palabras, esa nada desde donde
llega lo que Saer arroja en sus novelas insertas en un tiempo narrativo que
intenta desarticular el tiempo real.
Saer era un gran observador, un
observador atento minucioso y silencioso y su prosa es minuciosa morosa por
momentos estática porque Saer toma el instante, lo detiene y lo fragmenta para
narrarlo. Es un instante cargado de detalles casi invisibles por lo fugaz de la
materia –aceptando la hipótesis de que un instante estuviese hecho de materia-
que los contiene, materia que él desarticula deshace, desmembra, recrea y
redefine a partir de la palabra. Digo redefine,
no copia o representa.
Podríamos decir que Saer materializa
el instante y lo hace a partir de palabras y ritmos, digo, materializa en otra
dimensión que está dentro de una escritura que apunta a encontrar dentro de la
palabra el silencio del que la palabra emerge:
la nada.
Vuelvo a citar a Tununa Mercado
“Saer ejecuta una escritura, una escritura que se ejecuta sobre cada
parcela de materia, motivo o circunstancia, como si no quisiera perder ninguna parcela
de sus marcas con un afán voraz de conocimiento, y consecuentemente de poder de
escritura no se trata de un dominio de la realidad o de lo real que habría que
“representar” de modo fidedigno para
poder narrarlos, sino de una obstinación sobre la “letra” para poder separarlos
de su instancia referencial y
escribirlos. La celada, que puede tener un “realismo” literario o un
“objetivismo” al pretender calcar o copiar, es desbaratada por el acto que
despliega en otro circuito la voluntar de querer trazar una historia …El balcón
desde el que mira Saer tiene la perspectiva de alguien con la aptitud para
percibir y transformar ….la … realidad: habrá diálogo, monólogo,
desplazamientos en cámara lenta con diferentes ritmos en la morosidad de la
captación, retratos de alma atormentada y desasimiento interior, estados
catatónicos, en suma, que son la nada. Una
insistencia, demencial a veces, en la descripción”
Una insistencia demencial y poética.
Saer sostiene su narrativa en la poesía.
“Yo intento combinar poesía y narración”. J. J. Saer. Diálogo.
Hasta aquí, algunas consideraciones
sobre su prosa luminosa. Pero la prosa es solo una de las dos dimensiones que
caracterizan la narrativa de Saer, la otra es la experimentación con la forma
de la novela. Saer da a cada una de sus novelas una forma diferente. Elige para
la historia un “dibujo” que van conformando los capítulos. Los círculos
concéntricos de El Limonero Real, ese dibujo como el que hace una piedra cuando
cae en el agua, en el agua del río, esa serie de círculos equidistantes uno de
otros hasta el último, sutil casi invisible; los caminos sobre los que se asienta
Cicatrices, líneas que aparentan un paralelismo que no tienen y que queda en
evidencia en el punto en que se cruzan, las líneas, y las historias de cada uno
de los personajes de esta novela, el punto (el hecho) de confluencia, que es un
asesinato que podríamos llamar pasional; la aparente linealidad de la caminata
de Glosa, una novela que
desplazándose en el tiempo y en el espacio en forma recta esconde un
desplazamiento hacia el futuro y un mirar hacia el pasado de la narración. Y en
la cúspide de la experimentación nadie Nada Nunca con su mirar calidoscópico.
Sergio Delgado (escritor, responsable de ordenar los cuadernos que Saer dejó a su
muerte y de los que surgió Papeles de
trabajo, publicado en 2012.), dice que NNN busca su interior a partir de la
reiteración rítmica de los mismos fragmentos, dándole de esa forma una visión
multidimensional al lector.
Ejemplifico o intento, al menos con
estos dos párrafos de Nadie Nada Nunca
“I. No hay, al principio, nada. Nada. El río liso, dorado, sin una sola arruga,
y detrás, baja, polvorienta, en pleno sol, su barranca cayendo suave, medio
comida por el agua, la isla. El Gato se retira de la ventana, que queda vacía,
y busca, de sobre las baldosas coloradas, los cigarrillos y los fósforos.
Acuclillado enciende un cigarrillo, y, sin sacudirlo, entre el tumulto de humo
de la primera bocanada, deja caer el fósforo que, al tocar las baldosas, de un
modo súbito, se apaga. Vuelve a acodarse en la ventana: ahora ve al Ladeado,
montado precario en el bayo amarillo, con las piernas cruzadas sobre el lomo
para no mojarse los pantalones. El agua se arremolina contra el pecho del
caballo. Va emergiendo, gradual, del agua, como con sacudones levísimos,
discontinuos, hasta que las patas finas tocan la orilla.
II. No hay, al principio, nada. Nada. El río liso, dorado, sin una
sola arruga, y detrás, baja, polvorienta, en pleno sol, su barranca cayendo
suave, medio comida por el agua, la isla. Y al asomarme a la ventana, fumando,
veo, en el medio del río, viniendo en dirección a la casa, al Ladeado, la
cabeza hundida entre los hombros torcidos, sobre el bayo amarillo. El chorro
de humo que dejo escapar se disuelve despacio poniendo, entre el río soleado y
yo, entre el jinete que avanza dejando atrás el centro del río y la ventana
protegida por la sombra, una bruma grisácea, delgadísima, que no acaba nunca
de disiparse. El bayo amarillo sale del agua, atraviesa la playa desierta, las
patas finas enredadas en su propia sombra, y después de andar un trecho sobre
la extensión de pasto ralo y amarillento que separa la casa de la playa, se
detiene a tres o cuatro metros de la ventana. El Ladeado me mira un momento sin
hablar mientras el bayo amarillo sacude, despacio, la cabeza. Después saluda.
Su tío Layo, dice, me pide que le guarde por unos días el bayo amarillo en el
fondo de la casa”.
Qué más puedo decir. Nuevamente
la cita a Saer en Diálogo: “El sentido
del relato no es más que el relato de lo que se constituye”
Carlos Alberto Tomatis
No puedo no hablarles de su
personaje estrella. Me refiero a Carlos Tomatis. Este personaje es considerado
el alter ego de Saer. A él Saer le ha prestado ciertas características físicas
suyas, también su pasión por la literatura y no solo su pasión, también su
entrega y su búsqueda de la literatura.
Cito:
“A Tomatis lo único que parece
interesarle seriamente es la literatura”. La cita pertenece al relato “Palo y hueso”, 1964 ¿Es esta una
confesión hecha a sí mismo?
Tomatis comenzó siendo un “él”,
siendo un pronombre personal, en el relato “Algo
se aproxima” de “En la zona” allá
en los `60. Comenzó a, como quien dice, vivir, reconocido por el propio Saer
como uno más. Luego, alterando los planes de su creador se convirtió en el
fantasma que lo sobrevive
De los personajes que vuelven una y
otra vez, Tomatis es el personaje en el
que Saer más ha trabajado la búsqueda del conocimiento de sí mismo. Es al que
le ha prestado
fragmentos de su propia vida pero
sobre todo parecería que le ha prestado sus dudas y su ansia de encuentro con la
narrativa. El principal defecto de Tomatis es que es escritor, palabras más o menos, es lo que en “Lo imborrable” dice Pancho sobre
Tomatis y agrega una queja “cuando más lo necesitábamos el se encerraba a
escribir cuentos y novelas”; y, Tomatis visto por otro de los personajes, el
Matemático:
“Pero Carlitos es así. Es así…capaz de
lo abyecto y de lo sublime. Que un muchcho como él pueda tener esos bajones es
algo que se escapa”
Juan Carlos Mondragón –autor del
prólogo de Lo imborrable, digo “de”
la novela Lo Imborrable y no prólogo “a” Lo
imborrable porque las novelas de Saer no tienen prólogos, los prólogos
fueron escritos y publicados en 2011, en esa oportunidad reconocidos críticos y
escritores fueron convocados para tal tarea-, les decía que Mondragón escribió
el prólogo a la novela que protagoniza Tomatis, y allí aventura la hipótesis de
que Tomatis se sabe un ser de ficción y de allí deriva su angustia.
Saer lo hunde a Tomatis en esa
angustia para luego rescatarlo: “Lo
Imborrable (1992)”
“Debo ser modesto y reconocer el trayecto
cumplido sin triunfalismo: no ya en el último escalón de la especie humana,
como en Navidad por ejemplo, o en enero y febrero en que, aparte de somníferos
y tranquilizantes podía tomar cuatro o cinco litros de vino por día, y en que
pasaba el tiempo entero de la vigilia sentado frente al televisor …; no, de
ningún modo en el último ya,…, sino en el penúltimo Durante meses y meses estuve en el último: el
agua negra barrosa me manchaba los zapatos, las medias, las botamangas del
pantalón y un golpecito nomás, un soplo, me hubiese mandado al fondo”.
También se burla de él,
convirtiéndolo en un bufón de sí mismo, en un filósofo de pacotilla, en un
escritor frustrado lleno de proyectos que nunca concreta, en un mujeriego.
Sobre el final de la obra, en La Grande, Tomatis ha alcanzado cierto
equilibrio emocional y en sus relaciones con lo que lo rodea, incluso con su
infinitesimal lugar en el mundo.
La grande
–novela póstuma -2005-, queda inconclusa; pero no solo La grande, sino la continuidad de la obra queda inconclusa, por lo
que el destino que Saer tenía pensado para
Tomatis, si es que tenía uno, será siempre un misterio.
Personalmente, quiero decir a mí, lo
que me queda de Tomatis, ese otro Saer, es una frase que lo expone, lo
materializa como alter ego del auto. Intentaré reproducirla lo más fielmente
que me sea posible, es una frase que Tomatis dice cuando todavía él, Tomatis,
(y también Saer), era un joven; la dice en el cuento Algo se aproxima-1960- y es una respuesta a una pregunta que le ha
hecho Barco, parado junto a él en el puente colgante una mañana: ¿qué es para
vos la novela? Esta frase que va a responder a esa pregunta es reproducida en La Grande -2005-, es jalada desde el
pasado como recuerdo, no de quien la han dicho o escuchado, sino recuerdo de la
hija de uno de ellos, Gabriela Barco -recuerdo de algo que alguna vez le contó
su padre, que fue quien hizo la pregunta treinta años atrás –años narrativos y
años reales, años para los personajes y también para Saer-. Es una frase,
fundamental, a mi juicio porque aparece en el principio de la escritura Saer y
luego se repite se reitera se afirma al aparecer en el final, junto a su íntimo
y último aliento en su lecho de muerte y dice así: …y Carlitos, sin quitar la vista del agua que corría arremolinándose
contra los pilares del puente le contestó: el movimiento continuo descompuesto.
La sensualidad, la sexualidad: ese
vacío
Barro cocido; Verde y Negro (ambos del libro Unidad de lugar
-1967-), Solas (En la zona -1960-); Sombras sobre un vidrio esmerilado (Unidad de lugar -1966-), y viniéndonos a
este siglo Bien común ( Lugar -2000-), estoy
nombrando cuentos donde la sensualidad y la sexualidad se instalan como un
hecho y también como un interrogante.
Y si me salgo de los cuentos y me
instalo en novelas como La Ocasión -1986-;
El entenado (1983); Cicatrices (1969); Las Nubes (1997), y
mi preferida Nadie Nada Nunca (1980),
si me salgo y me instalo en las novelas allí también la sensualidad, me olvidé
de una me olvidé de La Grande (2005,
póstuma e incompleta) cómo pude olvidarme de las caricias entre Nula y
Diana, ese personaje al que le falta una mano. Si me salgo entonces de los
cuentos y entro en las novelas me voy a encontrar con la sensualidad y la
sexualidad con una sensualidad carente de romanticismos una sensualidad
realista y una sexualidad descarnada, a veces cruel.
El acto sexual desprovisto de
idealizaciones, de cualquier embellecimiento; descripto en forma realista, con
un grado de detalle que llega a impacientar; una descripción desapasionada, sin
rodeos, ni adornos; sin imágenes ni metáforas, todo eso que ponemos en el sexo -como
humanos que somos- y que Saer al mostrárnoslo desprovisto de esa vestimenta,
nos descubre, quiero decir que descubre ante
nuestros ojos y sentidos, nos
revela para que una vez más entremos en los interrogantes sin respuesta o de
respuesta múltiple, empujándonos así al vacío, a un vacío que tarde o temprano,
antes o después de descubrirlo en sus páginas, conoceremos.
Saer encontró la forma de entrar en
la descripción evitando la pornografía, para entrar a partir de la descripción
concienzuda, al vacío presente en el encuentro amoroso. Como buen artista él
podía percibir -tal vez lo estudió no lo sé- pero supongamos que lo percibió,
pudo, entonces, percibir el desencuentro en el encuentro amoroso físico y
encontró en la descripción desapasionada la forma de reflejarlo en su
literatura.
Por otro lado es innegable la
capacidad para lograr la identificación, es innegable la agudeza de su
intuición que traspasaba la percepción que podía tener desde su propio sexo
para colocarse con aciertos extraordinarios en la mente femenina como queda
expuesto en Sombras sobre un vidrio
esmerilado, donde una mujer ve, a través de un vidrio esmerilado a su
cuñado mientras se ducha y esto desata en ella una serie de pensamientos y
sensaciones. Parafraseando a M. Contardi, Saer conjuga la complejidad de su
escritura con un don de comunicación y yo agrego, de percepción.
Para terminar les digo que resulta un
placer difícil de trasmitir el andar infinitamente, como no puede ser de otra
manera, por la obra de Saer, cuya forma –la de la obra completa-, yo diría que
es la de la cinta de Moebius ese ocho retorcido y acostado que los matemáticos
usan para designar infinito, encontrando siempre, aunque la recorra una y otra
vez, nuevas conexiones, nuevas caminos,
que unen un primer cuento escrito a los veinte años con unas pocos párrafos
escritos en su lecho de muerte. Y que, lo que más he disfrutado ha sido su
prosa, lo que me ha elevado a veinte centímetros del piso, me ha paralizado el
corazón y la respiración ha sido su prosa prodigiosa con reminiscencias de Faulkner
pero ciertamente saeriana, con una aspereza varonil no exenta de belleza.
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